¿Por qué la muerte de un hijo es el dolor más insoportable?

La herida que nunca sana: comprender el sufrimiento de los padres que pierden a un hijo

La muerte de un hijo es una de esas experiencias que ningún padre ni madre está preparado para enfrentar. La vida, que parece seguir un orden natural, se rompe en pedazos cuando un hijo parte antes que sus padres.

Así lo vivió el padre del senador Miguel Uribe Turbay tras su trágica muerte, un hecho que abrió una herida imposible de cerrar. “Hace unos años, esta historia solo me hubiera dado tristeza, pero ahora entiendo el sufrimiento desgarrador que vive”, confiesa la psiquiatra Laura Villamil, quien utiliza este caso para ilustrar por qué este dolor se considera el más insoportable de todos a Signos Vitales.

Villamil explica que la pérdida de un hijo no solo es devastadora en el plano emocional, sino que también produce repercusiones físicas y neurológicas de gran profundidad. Se trata de un duelo que redefine para siempre la vida de quien lo atraviesa . “Tener un hijo es aceptar que tu corazón va a andar por el mundo hasta el día de tu muerte. Cuando ese corazón se apaga, el cuerpo y la mente sienten que algo de sí mismos muere con él”, señala la especialista en salud emocional.

Desde la ciencia, este sufrimiento tiene un correlato claro: la muerte de un hijo activa en el cerebro las mismas regiones relacionadas con el dolor físico, el estrés y la memoria. En este proceso participan áreas como la amígdala, el hipocampo, la corteza prefrontal ventromedial y el sistema límbico. La activación de estas zonas genera emociones intensas, altera la capacidad de razonamiento y multiplica las sensaciones de vacío y angustia. “El dolor se vive de manera similar a un golpe físico severo, solo que no sana con el tiempo como una herida del cuerpo”, enfatiza Villamil a este medio.

El impacto fisiológico del duelo también es abrumador. La elevación de los niveles de cortisol, la hormona del estrés, altera el sueño, el apetito, la memoria y debilita el sistema inmunológico. Además, la disminución de neurotransmisores como la serotonina y la dopamina abre la puerta a cuadros de depresión y ansiedad, profundizando aún más la herida. Según la psiquiatra, este tipo de pérdida “queda bajo la piel para siempre”, transformando la percepción de la vida, de la identidad y de las relaciones.

Dentro de los estudios de salud mental, la pérdida de un hijo es considerada la experiencia más traumática que puede vivir una persona, superando incluso la muerte de la pareja, de los padres o el suicidio de un familiar cercano. Esto se debe a que no solo se pierde un ser querido, sino también los proyectos, los sueños compartidos y el sentido mismo de continuidad de la vida.

A diferencia de otros duelos, este no tiene un tiempo definido ni una ruta lineal hacia la sanación. Villamil lo describe como un proceso complejo que requiere compasión hacia uno mismo y hacia los demás. “Sanar implica llorar hasta no tener más lágrimas, revivir los recuerdos hermosos y compartir la historia de lo sucedido. Hablar de ello no reabre la herida, sino que ayuda a que no se pudra en silencio”, explica.

La espiritualidad y la fe también juegan un papel esencial. Para muchas personas, concebir la muerte como un descanso y no como un fin absoluto da cierto alivio. Asimismo, encontrar propósito en el dolor puede convertirse en una vía de transformación. “Ayudar a otros, abrazar a quienes atraviesan un camino similar, convierte la pérdida en un legado. No se trata de borrar el dolor, sino de darle un sentido”, concluye la especialista.

En definitiva, la muerte de un hijo desgarra porque toca lo más profundo del ser humano: el amor incondicional. El duelo nunca desaparece del todo, pero con apoyo, compasión y resiliencia es posible aprender a caminar con la ausencia, convirtiendo ese vacío en memoria viva y en fuerza para seguir adelante.